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Una tragedia que desvanece ilusiones
Junio 1 de 2014
*Una merienda y pasear en un bus, eran la principal motivación de los niños, para asistir todos los domingos desde las ocho de la mañana, a la Iglesia Pentecostal ubicada en el barrio Altamira de Fundación, donde la felicidad y los sueños de varios menores, fueron incinerados por el fuego.
La tragedia que mantiene inconsolable a la población de Fundación, y al resto del país, en la que murieron más de treinta niños calcinados en una buseta, evidencia la ausencia del Estado, que es el responsable de proveer a la primera infancia de las condiciones adecuadas para su desarrollo integral. Dicho deber, no es consecuente con la realidad, porque la mayor motivación de los menores para asistir domingo a domingo a la Iglesia Pentecostal Unida de Colombia, era pasear en un bus viejo y recibir una merienda para opacar el hambre.
En pleno siglo XXI, existen menores de edad que no tienen otra opción que acostarse sin recibir un bocado de comida, o en el peor de los casos, dormir temprano para no sentir hambre. La falta de oportunidades, y ver a sus hijos llorando por un plato de comida, han llevado a que los padres deleguen, a los abuelos, la función de cuidar a sus hijos, para salir a buscar empleo fuera del municipio de Fundación, localizado al norte del país, al pie de la vertiente occidental de la Sierra Nevada de Santa Marta.
Todo este drama, ligado a la falta de una autoridad que adelante los respectivos controles de las medidas de tránsito que deben cumplir los conductores, sumado a la irresponsabilidad de dos hombres, fueron las causales del siniestro accidente, donde resultaron incinerados niños inocentes.
Alrededor de este lamentable accidente, surgen cientos de interrogantes que hasta la fecha no han podido ser resueltos por las autoridades judiciales. Sólo los sobrevivientes, podrán describir,con sus relatos, lo sucedido aquel 18 de mayo, donde la felicidad y los sueños de un grupo de niños, fueron incinerados por el fuego.
Los testigos de este suceso, reflejan en sus rostros el dolor que aún sienten y que mantiene consternado al mundo y a la población de Fundación. Oraciones y velas encendidas en el santuario, dan paz a las almas de aquellos ángeles que partieron a postrarse a la derecha del Señor. Únicamente los testigos podrán relatar con veracidad lo sucedido en ese paseo religioso, convertido en una tragedia.
OSADÍA DE LOS SOBREVIVIENTES
Robert Rodríguez Martínez, es uno de los sobrevivientes del fatal accidente. Un brazo vendado, y cicatrices en varias partes de su cuerpo, reflejan la valentía de este niño de once años que logró salvar a su hermano Ronald y a dos menores más a quienes empujo por una ventana. Sin embrago, la felicidad de estos hermanos no es completa, las lágrimas que escapan de sus ojos dejan entrever la impotencia y tristeza que sienten por no haber podido socorrer a su hermana menor, que iba sentada en la parte trasera de la buseta.
Cada una de las escenas vividas aquel medio día, son relatadas por Ronald, quien aún no se explica cómo logró huir de las voraces llamas. Cada palabra de este niño confirma la cadena de errores causales del accidente, que aún no han sido confirmados por las autoridades judiciales del Magdalena, pero que sin duda han dejado a un país en luto.
Con la autorización de su madre, Adelaida Martínez, OPINIÓN CARIBE, conoció de viva voz el testimonio de Ronald, quien con voz quebrantada describe, desde su perspectiva, lo sucedido aquella mañana de domingo. “El bus se varó varias veces, entonces el señor pone a un niño a que le eche gasolina al tanque, la manguera estaba mal puesta, y botó chispas. En ese momento al pelaito se le queman las manos, suelta la caneca de la gasolina, esta se riega y se prende el bus”.
Él, guarda quizás en su mente, la anhelada respuesta que buscan las autoridades para aclarar lo sucedido. “Mi hermano se salió por la puerta, desde afuera me llamaba, me tiré por la ventana y corrimos hacia la casa”, dice Ronald, quien en el intento por salvarse se partió el brazo izquierdo y sufrió raspaduras en su cuerpo, las cuales desaparecerán con el pasar de los días, pero lo que jamás podrá borrar de su vida, será este hecho en el que no sólo perdió la vida su hermana, sino sus amigos de cuadra, con quienes solía reír, hacer travesuras y hablar de sus sueños como el que tiene de ser abogado.
LA NECESIDAD: UNA MOTIVACIÓN
Adelaida Martínez, es la madre de Ronald y Robert, dos de los niños sobrevivientes de este siniestro.
En medio del santuario improvisado pero significativo, levantado en el lugar donde sucedió este accidente, relata, con lágrimas en los ojos y una sensación entre alegría y tristeza, las razones que motivaban a los niños a asistir a la Iglesia Pentecostal, ubicada en el barrio Altamira de Fundación.
La carencia de un espacio de recreación, y no poder contar con un desayuno o un almuerzo en sus casas, eran las principales razones por la que cada domingo desde las seis de la mañana, los niños se despertaran y se alistaran, para que un bus viejo a las ocho de la mañana los recogiera en el punto de encuentro, y de ahí los llevara hasta la Iglesia Pentecostal, donde les daban una merienda para opacar el hambre.
“Los niños se motivan con poca cosa, el hecho de que los recogieran en un carro, que era la única oportunidad que tenían para pasear fuera del barrio, y les brindaran refrigerios, era lo que más los animaba para ir a la iglesia. Estoy segura que ellos no comprendían la palabra de Dios porque uno de adulto a veces ni la entiende”, dice Adelaida.
La falta de fuentes de empleo en Fundación, obligó a la madre de Ronald y Robert, a trasladarse hacia la ciudad de Barranquilla, a buscar oportunidades laborales con el fin de brindarles una mejor calidad de vida a sus dos hijos, quienes estaban a cargo de su abuela, que con el consentimiento de sus padres los dejaba asistir a la iglesia para escuchar la palabra de Dios.
Desde las ocho de la mañana, los niños emprendían su marcha a la Iglesia Pentecostal. “Era el mismo bus que los recogía, pero ese día lo manejaba otro señor, primera vez que lo veía mi suegra, según los vecinos a él no lo contrataban porque tenía problemas con el alcohol, no sabemos si estaba enguayabado”, dijo.
A pesar de que Adelaida no perdió a ninguno de sus hijos, ellos sufren la muerte de su media hermana de diez años, que aún no ha podido ser reconocida por sus padres. “Cuando me avisaron, me dijeron que mis hijos se habían quemado, no quiero recordar ese momento horrible, le doy gracias a Dios porque no les pasó nada, pero también estoy triste por su hermana y los niños del barrio que fallecieron”.
Esta joven mujer, madre de dos héroes, que lograron salvarle la vida a más de un niño, resalta que “todos los niños a pesar de la pobreza eran felices, siempre tenían una sonrisa que ofrecer, los veíamos jugar y correr porque no tenían un parque donde recrearse. Hoy todo es diferente, todo está opaco, triste”,
Ronald, es su hijo mayor. Cuenta su madre que cada vez que se acuerda de su hermana llora sin parar, tampoco puede dormir porque dice que un niño se asoma a su ventana y recuerda el momento del incendio del bus.
“Me afecta ver a mi hijo nervioso, llorando. Él me cuenta que le dijo a su hermana que se sentara con él adelante y ella le dijo que no porque se iría atrás hablando con una amiguita. Cuando se empezó a prender el bus el corrió para bajarse y el conductor lo empujó hacia atrás. No entiendo tanta inconsciencia del señor ante niños indefensos”.
Adelaida Martínez, quisiera borrar este momento de su vida, al igual que de las de sus hijos y familia, pero es un hecho que los ha marcado física, moral y psicológicamente para siempre. “Quisiera olvidarme de este momento, quiero ayudar a que mis hijos lo superen y que vuelvan hacer los mismos de antes”.
ÚLTIMOS MINUTOS
Detrás de esta tragedia que enluta a Colombia, existen testigos que vieron por última vez el rostro de aquellos niños fallecidos, quienes en medio del llanto y la angustia, pedían ayuda a los curiosos que llegaron hasta el lugar de los hechos, muchos a grabar con los celulares, los últimos momentos de vida de estos angelitos.
José Ángel Guette Arias, fue la última persona que vio con vida a los niños. “Iba en mi motocicleta detrás del bus, me lo logré pasar porque este se apagó, y cuando voy a 30 metros de distancia siento el fogonazo, pensé que era un bus que había pasado”, relata. Nunca se imaginó que ese resplandor acabaría con la vida de los menores, que hacía pocos minutos había visto felices y cantando.
“Cuando llego al lugar a donde me dirigía, me dicen, ‘¡pilas que se está quemando un bus!’, de inmediato recordé el cántico juniorista que llevaban los niños, que a su paso robaron mi atención. Les grité a quienes me avisaban, ‘¡pilas, que ahí lo que vienen son niños!’, voltee mi moto, aceleré con la idea de ir a socorrerlos, pero llegue demasiado tarde”, manifiesta Guette Arias, quien baja su cabeza para evitar llorar.
Él, llegó con intención de rescatar a los niños, pero fue imposible hacerlo. “La llamarada era alta, en compañía de un amigo logramos sacar solo a dos niños, le tirábamos piedras a los vidrios, pero nada, no se partían”. Este testimonio deja entrever las malas condiciones tecno-mecánicas en que se encontraba el bus. “Era una buseta obsoleta, pasada de moda. Le dieron de baja hace siete años en Barranquilla, pero se la trajeron para el municipio a causar tragedias”, puntualiza.
Otra de las personas que tuvo la osadía de sobrepasar el fuego e intentar salvar a varios niños, fue Juan Carlos Salcedo, quien relata esos momentos de angustia vividos y la impotencia que siente por no haber podido socorrer a más menores. “Pasaba por el lugar con dos hermanos, nos dimos cuenta que estaba la buseta incendiándose, había niños prendidos asomados en la ventana”, cuenta, mientras seca las lágrimas que brotan de sus ojos.
Revivir esa situación, es duro para todas aquellas personas que llegaron hasta ese lugar, donde lo único que se escuchaba era el llanto y los gritos de los menores, que pedían ser salvados del voraz fuego. “El primer niño socorrido salió sin problema, el segundo lo agarré por las rodillas pero por más que lo jalaba, estaba apresado con algo, él me gritaba ‘señor no me deje solo, jáleme duro, no quiero morir’”. Estas palabras han quedado grabadas en la mente de Juan Carlos, quien bajo un silencio lamenta el no haber podido ayudar a más jovencitos.
“No lo pude salvar, quedó colgado en la parte delantera de la buseta, no fui capaz de sacarlo. Corrí con mis hermanos hacia la parte de atrás para sacar a otro niño, pero la piel se nos quedaba en las manos, lanzábamos piedras a los vidrios, pero era demasiado tarde”, recuerda Salcedo, mientras llorando describe, otra escena que lo dejará marcado para toda su vida. “Había tres niñas pegadas en la ventana, una le decía a mi hermano, ayúdeme, cuando él la agarró se le vino la carne, eso fue tremendo”.
“Cuando llegamos al bus estaban los niños quemándose, y la gente en varios puntos grabando con celulares, perdiendo el tiempo, no hicieron nada por socorrerlos, si hubiesen tenido más sentido de solidaridad, más niños estarían vivos”, enfatizó Salcedo.
Los buses departamentales e intermunicipales, los motocarros y motocicletas, al transitar entre la vía Fundación – Bosconia, están obligados a hacer una parada en el lugar de la tragedia, donde la comunidad levantó un altar para orar por el alma de los niños fallecidos, como lo hace doña Ana Ospina, quien llegó media hora después del accidente.
“Me siento muy triste, el ver como estaban de quemados esos niños esa imagen me puso mal, sólo escuchaba gritos y llantos. Esto sucede por la negligencia de las autoridades, esto se pudo evitar, los padres también tiene responsabilidad, como van a dejar ir a sus hijos solo a un lugar. Fundación jamás olvidará este suceso”, dice Ospina.
Otra de las personas que se acercó al lugar, fue Jeisi Gutiérrez, quien expresó que “Todo está en manos de Dios, me afecta toda esta situación, porque una gran población del futuro de este país se murió. Poco vemos la Policía de Tránsito, esto se pudo evitar, por eso la importancia de que ellos estén aquí”, dijo.
LUTO EN LAS AULAS DE CLASE
Simona Cantillo, docente de la Institución Educativa Antonio Nariño, fue la última persona que compartió con los niños. “Antes de salir de la dominical, ellos se acercaron a mi y me decían –seño, seño, aquí estamos- y estaban felices y cantaban. Los abracé”, cuenta mientras resalta en medio del dolor que también son sus hijos, porque se formaban 24 de ellos en su escuela.
“Cuando me dijeron que se estaba prendiendo la buseta que llevaba a los niños, me desligué de mis zapatos, de mi bolso y corrí, me monté en la carretera y gritaba ¡auxilio, auxilio! ¡Qué hago, qué hacemos!, ahí no había nadie, los bomberos llegaron como a la hora”, denuncia la docente. “Con mi hijo lloramos, él se quería meter en ese bus y me decía: -tengo mucho dolor”, indica.
Esta mujer, también tuvo que ver como se derrumbaba la madre de la niña, Karen Díaz, al enterarse del fallecimiento de su hija. “La madre de esta jovencita me preguntó -seño, seño ¿dónde está mi hija?, yo le dije, quiero meterme en el bus y ella se desmayó y más atrás yo. Cuando desperté no tuve pies para salir de mi casa, no me dieron las piernas. Le decía Señor, dame fuerza para poder estar con las familias de mis alumnos, de mis hijos, que a pesar de sus travesuras los amaba”.
Angustiada, Simona, reconoce la profunda tristeza que siente. “No sé si podré aguantar tanto dolor. Solo Dios, me ha dado la fuerza para seguir. Tengo un dolor en el corazón que me embarga y no sé cómo estarán esas madres”.
El testigo Cristian López, afirmó que minutos antes, la buseta ya había transportado a otros niños. “La buseta iba con sobrecupo porque muchos de los menores que habían sido dejados cerca de sus casas, se devolvieron, para volver a pasear, la mayoría de ellos murieron”. La mayoría de las víctimas fatales vivían a sólo diez o quince cuadras de donde está ubicada la iglesia Pentecostal Unida de Colombia.
Los cuerpos de los niños fallecidos fueron velados colectivamente en la Institución Educativa Departamental de Fundación, y posteriormente sepultados en el Cementerio San Rafael.
UNA REALIDAD PSIQUIÁTRICA
Esta tragedia, está llena de experiencias dolorosas, sobre todo para aquellos niños que sobrevivieron, porque guardan en su memoria los recuerdos de sus amigos pidiéndoles ayuda. A esta cadena también se le suman los padres que perdieron hasta tres de sus hijos, los presuntos responsables del accidente, los testigos y la población en general de Fundación.
La psicóloga, Adelaida Barliza, de la Universidad Sergio Arboleda, explica que desde la visión psicopatológica, lo que enfrentan actualmente los sobrevivientes y familiares de los fallecidos es un estrés agudo, que tendrá una duración entre uno y dos meses, para posteriormente, convertirse en un estrés postraumático. “Este corresponde a toda la parte de vivencias emocionales que se tienen después de haber pasado por un trauma tan fuerte”.
La psicóloga Barliza, recomienda que, para lograr que tanto las familias como los niños superen este trauma, se deberá iniciar una intervención a los padres. “Crear una red social de apoyo desde la comunidad para solucionar las necesidades básicas más apremiantes, un acompañamiento psicoterapéutico donde se tengan las herramientas para manejar todas las manifestaciones del estrés agudo y del postraumático”.
Los principales síntomas de las víctimas, serán tener recuerdos repetitivos sobre la situación, alteración del sueñoy una cantidad de conductas consideradas como normales para este tipo de hechos. “Las familias que perdieron a sus hijos, están haciendo un duelo caracterizado por cuatro emociones básicas como tener miedo frente a todo lo que pasó, culpa por lo que hice o por lo que no pude hacer; rabia consigo mismo y tristeza”, explica la Psicóloga de la Universidad Sergio Arboleda.
Todas estas sensaciones, se suman al estrés postraumático que padecerán. “Las familias deberán tener atención de psicólogos que hayan hecho procesos de entrenamiento con atención a víctimas, para poder ayudarlos y orientarlos de una mejor forma antes que el estrés postraumático sea más fuerte,y terminen en un estado psicótico agudo”, indicó la experta en psicología.
La doctora Barliza, explica que dentro de los primeros 15 días, es normal que tanto los niños como los padres, tengan un descontrol emocional, miedo, tristeza, dificultad para dormir, y manifestación extrema de angustia.
Los padres de familia de los niños sobrevivientes, tienen que buscar ayuda psicológica. “Ellos tienen que tratar de explicarle a sus hijos que hicieron lo posible, esto para minimizarles la culpa, muchos pensarán ‘yo pude hacer esto’‘por qué me salve yo’. Entre mas tranquilidad se les trasmita en la solución de sus necesidades básicas, se aliviará un poco el dolor”, afirma la doctora Barliza.
Asimismo, la Psicóloga de la Universidad Sergio Arboleda, resalta que “si el nivel de ansiedad y angustia es alto, tendría que ser valorado por un psiquiatra para que le recete sedantes. Esto es muy fuerte, es algo que quebrantay doblega la vida emocional de una persona”.
Los padres que perdieron a sus hijos en este accidente, son los más vulnerables a cometer suicidios. “Es una reacción normal ante una pérdida tan grande, sienten que no quieren seguir viviendo”, dice la Psicóloga de la Sergio Arboleda. Esta situación debe ser afrontada a través de una red de apoyo social y familiar liderada por las autoridades de atención a víctimas.
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